Jean Jacques Rousseau, (1712 -1778) uno de los pensadores más influyentes de la época de la ilustración y del Estado democrático moderno, sostenía que el hombre era bueno por naturaleza y que las perversiones de la sociedad lo encarcelaban, condenándolo a la maldad. (Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres. 1755). En esta línea positivista sobre el hombre y la sociedad se inscribe prácticamente todo el Derecho. De allí que, somos inocentes hasta que se nos compruebe la culpa.
Investigaciones recientes en el terreno de la neurociencia, dan en parte la razón a Rousseau sobre el rol de la sociedad y su impacto sobre el individuo. Sin embargo, según la ciencia no todo depende del contexto, cada ser humano promedio posee su lado oscuro, lleva su semilla de maldad inscrita en su propio “software” y dependerá del ambiente en el que se desarrolle y las influencias que lo muevan para que sus fuerzas oscuras o luminosas florezcan.
En 1961, Hannah Arendt asistió en Jerusalem al juicio de Adolf Eichmann, responsable directo de la llamada “solución final” o el exterminio de millones de judíos en los campos de concentración Nazis. Allí, pudo comprobar que seis psiquiatras evaluaron a Eichmann como un hombre normal; completó su apreciación indicando que hubo muchos hombres como él, ni pervertidos ni sádicos que, sin embargo, cometieron sus delitos en circunstancias que tornaron en banales.
Uno de los graves problemas que tenemos los humanos con nuestro lado oscuro, es que tendemos a negarlo, a evadirlo; ya sea por temor o porque la moral y la ley nos condenan cuando lo manifestamos. Los padres, la familia, la escuela, la sociedad y la religión son los opresores de pensamientos y conductas desviadas de la norma. No estoy defendiendo el mal, sólo quiero destacar el punto que la represión sistemática de un sector natural del ser, no nos permite entrar en contacto con nuestras oscuridades para entenderlas y domesticarlas antes que sea demasiado tarde. Por tanto, cuando se nos presentan, no sabemos qué hacer con ellas y en muchas ocasiones damos rienda suelta a las más terribles atrocidades en un efecto de purga ante lo incomprendido.
Un aspecto clave de este Efecto Lucifer se presenta cuando los lados oscuros se asocian al poder. Cuando individuos con dotes de liderazgo, movidos por la maldad, alcanzan posiciones de poder, tienden a normalizar y banalizar el mal como sistema operativo en sus grupos de influencia. Por ello, las bandas criminales ven con naturalidad el asesinato por causas fútiles de sus víctimas o los regímenes tiránicos exhiben como trofeos a sus adversarios políticos, encarcelados y violando todos los derechos de la más básica humanidad.
Una demostración del Efecto Lucifer provino de Phillip Zimbardo, un reconocido profesor de psicología de la Universidad de Stanford, cuando en 1971 desarrolló un experimento contratado por la Armada de Estados Unidos, que buscaba una explicación razonable a los conflictos en las prisiones militares. Este estudio luego sería nombrado el Experimento de la Cárcel de Stanford y Zimbardo recibió fuertes críticas por su diseño. Allí, un grupo seleccionado de 24 personas fueron seleccionados a través de un anuncio de prensa para que jugaran durante dos semanas los roles de prisioneros y guardias.El experimento debió ser suspendido al sexto día, debido a la crueldad y las vejaciones ejercidas sobre los simulados prisioneros por aquellos que hacían el papel de guardias.
Zimbardo es autor de un libro llamado El efecto lucifer, el porqué de la maldad. En el texto explica una realidad inquietante; en ocasiones es la sociedad la que envilece al individuo y no al revés, demostrando que la teoría en la que una manzana podrida corrompe a las demás, en muchas circunstancias funciona exactamente al revés.
Las sociedades que han pasado por los horrores del Efecto Lucifer han descubierto que la cura para la superación de este mal está en la aplicación y mantenimiento de la justicia bajo verdaderos y profundos principios institucionales, administrada por jueces inspirados por las más claras luces de la ley. Adicionalmente, debe reeducarse a la sociedad sobre el respeto y a la persona en su diversidad y en sus creencias, al tiempo que profundizar los valores democráticos de los ciudadanos.
Pienso que la solución parte de entender con naturalidad que el mal existe y que está más cerca de lo que pensamos. Tenemos un déficit muy importante en la formación de valores, que en conclusión no son más que la delgada línea que nos separa del infierno de Lucifer.
*Una versión de este artículo ha sido publicada previamente en la colección de RAY en Seguridad.