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El desafío más grande del profesional de la seguridad es entender la realidad

Cuando comencé mi vida laboral a principios de los años 90 del siglo pasado, no existía una carrera universitaria específica que formara profesionales de la seguridad. La mayoría de los profesionales del gremio venían de las policías, las fuerzas armadas, el Derecho o la ingeniería, aunque una cantidad grande no tenían estudios formales, pero sí una experiencia muy importante acumulada de años de servicio o del trabajo en empresas de vigilancia privada, que eran posiblemente las mejores escuelas que existían, pues allí se aprendía de recursos humanos, administración, nómina, operaciones supervisión y ventas. Todo en simultáneo, en ciclos acelerados de conocimiento y adaptación.

Aunque yo venía de una formación universitaria, mi primera experiencia en seguridad la adquirí en Venezuela, en una de estas empresas de vigilancia, se llamaba Serenos Asociados y su presidente era el Sr. Ramón Montero, quien ya para ese entonces era una personalidad muy reconocida en el medio, y que había comenzado desde muy abajo, por allá a finales de los años 50, cuando se inauguraba la democracia en Venezuela. El Sr. Montero en 1990 había adquirido una empresa de monitoreo de alarmas que operaba a través de una plataforma de radiocomunicaciones UHF en toda Caracas y me contrató para que fuera gerente técnico de algo que en la organización nadie entendía mucho, pero que existía la intuición iba a servir en el futuro, y así fue.

Afortunadamente, tuve la suerte de entrar en este mundo de la seguridad cuando comenzaba un cambio de era, y me conseguí en la empresa una gama muy interesante de personas de distinta formación y experiencia, pero cohesionadas en torno a la seguridad. En el libro MAPS, Morella Behrens y yo demarcamos a los años 90 como la etapa de la Seguridad Corporativa, que, impulsada por los avances tecnológicos, abarcaba ahora otras funciones y comenzaba a ejercer más un rol de consultoría e inteligencia, basándose para ello en esquemas de tercerización de los procesos cotidianos como el resguardo de instalaciones y protección de tareas básicas, como la entrada y salida de personal, control de inventarios y verificación de identidades.

A partir de este momento, el mundo de la seguridad, que había permanecido hasta entonces relegado al sótano de las organizaciones, cobró una relevancia muy significativa, no sólo por el impulso tecnológico y la transformación de un negocio que dejaba de ser de presencia física, para convertirse en un proceso de monitoreo y administración de equipos electrónicos de protección y control de instalaciones, sino que comenzó a exigirle, casi de la noche a la mañana a quienes trabajábamos en seguridad, el cumplimiento de funciones gerenciales de un nivel al cual, muchos de los que venían del sótano de la vigilancia no lograron adaptarse.

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Ese proceso de transformación que sacó a la seguridad del sótano, donde había permanecido décadas y la catapultó hacia un ciclo incesante y acelerado de cambios que nos ha traído hasta lo que somos hoy, en apenas 30 años, necesita ser valorado más allá de la tecnología. El profesional de la seguridad actual, en línea con la complejidad de nuestros tiempos, tiene unas competencias, tanto de resiliencia como de proactividad que casi ningún otro individuo posee, y pienso que es en buena parte producto de esa fusión original de experiencia y profesiones que se comenzaron a gestar en esos años 90.

Sin duda, en ese recorrido de más de tres décadas, muchos no lograron transformarse o adaptarse a los cambios. Pasamos de un mundo donde no existía ni la telefonía móvil, ni el internet a vivir envueltos hoy en una red digital 5G que lo conecta todo. Como lo he descrito en mi libro más reciente, Riesgos Líquidos, ahora vivimos en un planeta de arreglos móviles, donde todo fluye y nada dura mucho tiempo en escena, todo caduca aceleradamente, incluyendo lamentablemente a personas, que se han quedado un poco más atrás y terminan en medio de un océano de incomprensión de la realidad, y quien no comprende la realidad, está fuera de ella y por tanto, ya no forma parte de la exigente carrera de la seguridad, sino que queda relegado al mundo de la incertidumbre.

Con esto no pretendo descalificar a nadie. He visto profesionales de la seguridad de 70 y 80 años más conectados y conscientes del mundo actual, que otros de 30 o 40 que parecieran no entender aun, la necesidad de acelerar su formación y transformación para adaptarse al cambio. La seguridad es una profesión en la que la carrera se cursa al momento de iniciarse en ella y no termina jamás.

Riessgos Líquidos Alberto Ray desafíos a la seguridad global

En estos últimos años en los que he vivido algo más alejado del rush y la adrenalina del día a día que impone la seguridad, me he dedicado a observar nuestra profesión un poco más en cámara lenta, a fin de detectar los detalles que en tiempo real muchas veces nos perdemos, y entre los hallazgos que más me llaman la atención está el hecho comprobable que no importa el tamaño de la inversión y gasto que una organización haga en seguridad, si esta no cuenta con un profesional del área inmerso en la dinámica de la transformación y la adaptación al cambio, siempre estará a la saga y los riesgos estarán por delante de las acciones para prevenirlos o mitigarlos. Entender esta dinámica es quizás el desafío más grande de nuestra profesión.

@seguritips

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