La seguridad en su concepción más amplia, encierra un objetivo fundamental; la reducción de causas que impidan al ser humano el ejercicio pleno de sus derechos. La seguridad opera en este sentido, como la garantía activa de la vida y el bienestar de los ciudadanos.
Se trata de una garantía universal de seguridad económica, ambiental, social, política, alimentaria y personal. Es lo que en 1994 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) definió como Seguridad Humana (SH).
La SH subraya el derecho de las personas a vivir en libertad y con dignidad, libres de pobreza y desesperación, así como a disponer de iguales oportunidades para desarrollar plenamente su potencial humano. Se trata de una estructura multidimensional que combina en un nuevo paradigma de desarrollo la paz, la seguridad y el ejercicio de los derechos humanos de una manera más eficaz y con franca orientación a la prevención.
Si bien, las naciones siguen concentrando sus esfuerzos de seguridad en el mantenimiento de la paz, como elemento indispensable para la estabilidad y la convivencia, no puede dejarse de lado el potencial de nuevas amenazas, desde la pobreza extrema, pasando por el acelerado cambio climático hasta las crisis económicas y financieras globales que revelan una vulnerabilidad común asociada a riesgos de rápida propagación, más aun en países con marcadas debilidades institucionales. Es el caso de buena parte de los países del continente americano, que sufren con más rigor y menos preparación las sacudidas naturales, políticas, económicas y sociales de un mundo que pareciera se mueve bruscamente y sin mayor predicción.
En este contexto, en América Latina padecemos de un déficit sistémico de institucionalidad de grandes proporciones. Se nos deja al descubierto frente a dificultades complejas que alejan al ciudadano común de la senda de las libertades y el progreso a una mejor calidad de vida. Los inéditos problemas de seguridad ciudadana que vivimos hoy son una demostración que algo no está funcionando en nuestras sociedades. Pareciera que la manera de relacionarnos se fracturó en algún punto, y no hemos logrado restaurar los vínculos comunes y solidarios que no hace tanto nos unieron.
No resulta sencillo conseguir la respuesta sobre cómo y cuándo se descosió el tejido social que nos unía, no sabemos con certeza si fuimos demasiado tolerantes con las narrativas de exclusión social o divisió que durante décadas nos vienen devorando, a si por el contrario, hemos sido tan resilientes que a pesar de la gravedad de la situación, aun nos mantenemos en nuestros propios pies y sostenemos la esperanza del inminente cambio en el futuro cercano. Sea cual fuere el devenir de los acontecimientos, pareciera que debemos prepararnos para asumir con consciencia una posición más firme frente a la violencia, y comenzar a iluminar una pista de aterrizaje que nos conduzca a un nuevo código de interrelacionamiento civilizado y revalorizador de la vida humana.
Un inconveniente colateral de la inseguridad está en el hecho de su poder para disminuir en apariencia otros problemas igualmente amenazantes a la calidad de vida, pero que en la percepción ciudadana no compiten como peligros del mismo calibre. Esta invisibilización de otros problemas graves ha sido aprovechada por los gobiernos para ganar espacios sobre el territorio de los derechos individuales y colectivos de los ciudadanos, en particular y con especial énfasis los de las libertades económicas.
La seguridad es certeza
Aquello que consideramos seguro se percibe como verdadero, es la realidad con un alto grado de confianza. En contraparte, la incertidumbre se asocia a la inseguridad. Lo que se desconoce usualmente se duda y por tanto se teme. La seguridad y la incertidumbre pudieran entenderse como los extremos de una misma línea.
Bajo esta noción, resulta sencillo construir percepciones que pueden impactar positivamente la seguridad. Empleados de organizaciones en las cuales las normas son claras y se cumplen, consideran que sus lugares de trabajo son más seguros. Es así porque siempre (y aquí la palabra siempre es importante) saben a qué atenerse. De igual forma, un gobierno que opera con transparencia está más cercano a las certezas y a ser calificado como confiable.
Los seres humanos somos permanentes buscadores de certezas. Además de seguridad, la certeza tranquiliza la ansiedad natural de la vida contemporánea, eso que llamamos estrés, es en parte la angustia a lo que no conocemos.
Los Estados democráticos, en analogía con las organizaciones, que han desarrollado institucionalidad basada en sus sistemas legales y económicos, tienen indicadores de seguridad muy superiores a aquellos con leyes más dependientes de la discrecionalidad de sus funcionarios.
En las sociedades son suficientes algunos signos de certeza para generar seguridad. Un médico que atiende a sus pacientes a la hora genera más seguridad y por tanto más confianza. Una persona que es puntual con sus compromisos es percibida como más respetuosa y honesta, ambos valores asociados con la seguridad. En contraparte, un gobernante que no cumple con lo que promete, se adentra frente a los ciudadanos, en los territorios inciertos del colectivo.
Saber que un maestro asistirá a su clase, que conductores y peatones respetan el semáforo o que independientemente de la condición social o económica de la gente habrá acceso a la salud, son todos signos que construyen seguridad para una sociedad y que en esencia es el primer bloque constructivo de la institucionalidad.
Siendo así, la seguridad no solo se limita a proteger nuestras vidas y nuestros bienes, es un concepto más amplio. La adopción del concepto de SH como factor de desarrollo, reorienta la atención de los Estados y la comunidad internacional hacia la dignidad de las personas como base para alcanzar el desarrollo y el progreso humano. Esta visión integral sitúa a la persona y sus necesidades como los ejes de la seguridad. Esto trasciende el paradigma del policía y el cumplimiento represivo de la ley. Está dirigido a la obligación del Estado a garantizar el contexto y las condiciones para el progreso del individuo, más allá de cualquier diferencia ideológica, política, económica o social.
Es bajo esta figura de la SH que algunos gobiernos del mundo en desarrollo han comenzado a diseñar sus políticas públicas más ambiciosas, sin emabrgo, aún estamos lejos de lograrlo.
Cuando revisamos estos lineamientos sobre los que se organizan los Estados nos resulta inevitable comparar donde estamos en nuestra región.
Al calibrar nuestra situación con la óptica de la Seguridad Humana ya no son suficientes los indicadores de homicidio o el número de secuestros para poner a la vista la realidad. Debemos profundizar en las necesidades de los ciudadanos; el acceso a la salud oportuna, la disponibilidad de alimentos balanceados y en cantidades suficientes, la libertad de asociación, el derecho a poseer propiedades, la educación de calidad, la justicia oportuna, el transporte público eficiente, y más aún: la libertad de opinión, o la posibilidad de encontrar apoyo estatal a nuestras inclinaciones culturales. En los hechos es muy poco lo que nuestros gobiernos hacen para construir seguridad. Y nos preguntamos: ¿es que acaso ignoran la dimensión del compromiso que asumieron al aceptar sus altas responsabilidades?
Ante tanta necesidad de cambio en nuestra región no podemos perder el norte y foco de la seguridad. Las sociedades queremos cambios porque demasiadas cosas no funcionan, pero no podemos retroceder en direcciones menos democráticas, sacrificando libertades en nombre de una seguridad que lejos de ser humana, se torna cada vez más en incertidumbre. Tremendo desafío tenemos por delante.
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