“La suprema excelencia no se alcanza peleando
y ganando todas las batallas, al contrario,
la supremacía consiste en romper toda resistencia del enemigo
sin que medie la lucha”
El Arte de la Guerra, Sun Tzu, 470 AC
Samuel Huntington (1927-2008), politólogo norteamericano, en su libro de 1981, American Politics, The Promise of Disharmony predijo que Estados Unidos entraría en una profunda convulsión moral a partir de la segunda década del siglo XXI, pronóstico que realizó a partir de un estudio de ciclos de sesenta años por los que ha atravesado la sociedad del norte. El último ciclo ocurrió en 1960, de allí que en 2020 ha llegado el tiempo propicio para una nueva crisis.
Según el politólogo, la nación americana está fundada en ideales, y el problema es que tales ideales son inalcanzables, lo que genera grandes tensiones sociales. Escribe Huntington, «En términos de creencias de los estadounidenses, se supone que el gobierno es igualitario, participativo, abierto, no coercitivo y receptivo a las demandas de individuos y grupos. Sin embargo, ningún gobierno puede ser todas estas cosas y seguir siendo un gobierno.»
Si bien, la tesis de Huntington es muy difícil de demostrar, son muchos los analistas políticos y periodistas que se apoyan en ella para explicar el fenómeno de Trump y su llegada al poder, vinculando la crisis moral norteamericana con el derrumbe de la confianza y la ruptura de la cohesión social del pueblo americano, a partir de 2016.
Apelar al derrumbe moral de las sociedades para construir teorías del cambio en la población no es nada nuevo. Los venezolanos utilizaron los mismos argumentos en 1998 para llevar a Hugo Chávez a la presidencia y por la misma razón los bolivianos eligieron a Evo Morales en 2005. El problema es que, en 2020, en la víspera de las elecciones en Los Estados Unidos, Joe Biden y decenas de influyentes analistas están utilizando el mismo script para llegar al poder.
Los demócratas, en medio de la desesperación por derrotar a Donald Trump han perfeccionado una narrativa peligrosa; se trata de bajarle la moral al ciudadano, desarmándolo desde adentro para presentarle un panorama devastador de su realidad, tratando de demostrar que el presidente en cuatro años ha destruido el tejido social de todo un país y ha deshecho las relaciones de confianza en la nación, lo que ha dejado a la sociedad en medio de la más profunda orfandad, ya que el Estado ha dejado de protegerlo.
Estos cuentacuentos se apuran en presentar a un Estado débil e incapaz y a una nación desmoralizada y sin confianza, por la que ya no vale la pena luchar, pues en medio del caos, todo esfuerzo individual es inútil y lo que se requiere entonces es un gran componedor. Es decir, un nuevo orden dirigido por la experiencia de alguien quien ponga las cosas en su lugar. Hipótesis casi utópica en un planeta globalizado, hiperconectado y de una complejidad que impide restaurar orden alguno, pues en la lógica de lo líquido ya no existen más los preceptos de los estático, sino la dinámica de lo fluido, donde nada permanece en su sitio por mucho tiempo y lo nuevo se devalúa a tal ritmo, que ya no queda tiempo para ordenar.
Para apuntalar la narrativa de la convulsión moral, la pandemia del covid-19 ha venido a convertirse en el landscape del desastre desmoralizador preferido por el mainstream media, que desde CNN muestra un contador de casos y fallecidos, en una especie de ansiedad morbosa que intenta conectar los tuits del presidente con los muertos por el virus. Contador que, por cierto, desapareció de todas las pantallas al iniciarse las protestas a partir del trágico incidente de George Floyd, en una expresión completamente manipulada que acusaba de “declive moral” a las fuerzas del orden público.
Los estrategas demócratas saben que existe una disonancia entre la narrativa de desmoralización y el perfil de su candidato, que es incapaz de llenar los zapatos del gran componedor, pero tal divergencia no representa un problema, al contrario, es la brecha necesaria por la que se pretende colar una nueva capa de stablishment que en estos cuatro años ha visto peligrar los privilegios ganados en la era Obama.David Brooks, conocido editorialista del NYT publicó a principios de octubre en The Atlantic, un largo ensayo, titulado America Is Having a Moral Convulsión* (America Está Teniendo una Convulsión Moral). Allí escribe, “Trump es el instrumento final de esta crisis [moral], pero las condiciones que lo llevaron al poder y lo han hecho tan peligroso en este momento, tienen décadas en construcción, y esas condiciones no van a desaparecer, aunque sea derrotado”.
De nuevo, se utiliza el poder de los medios para desmoralizar (y romper toda resistencia) al ciudadano, rebajando su individualidad. Para estos nuevos profetas ya no importa lo que se haga, ya que es tal el tamaño del caos, que, aunque Trump pierda las elecciones, persistirán las condiciones y, por tanto, habrá que imponer un nuevo modelo de Estado.
El norteamericano común, aunque consciente de sus libertades, ignora el giro de los demócratas hacia la potenciación del Estado central, que no se presenta de forma nítida, sino que se vende engañosamente, creando la necesidad de que exista, ya que en la realidad actual, “el cáncer de la desconfianza se ha propagado a todos los órganos” según lo señala Brooks, más adelante en el mencionado ensayo, y por tanto hace falta recomponer las cosas, aunque el escritor en sus conclusiones no es muy optimista sobre si exista, en esta oportunidad, una verdadera solución al problema de la convulsión moral.
Si bien, el pesimismo de David Brooks es real, falla en entender que la crisis moral ya no es producto de unos ciclos históricos que les son propios a la sociedad norteamericana. Estamos en presencia de un proceso planetario nunca experimentado y que no responde a linealidad alguna, por tanto, no se ciñe a parámetros del orden tradicional que puedan restañarse desde la experiencia de quien ha gobernado en el pasado. Es un proceso que sólo puede conducirse y no gobernarse, para lo cual se requiere una buena dosis de flexibilidad e independencia, sin demasiadas ataduras culturales o sentimientos de culpa.
A pesar del poder mediático y narrativo que tienen los artistas de la desmoralización tiendo a creer que al menos esta vez, los demócratas no tendrán éxito. La oferta de su contraparte, aunque simple es irresistible. MAGA es precisamente todo lo opuesto, convoca a construir sobre el orgullo de ser americano y recalifica hacia arriba. Trump es un errante del poder, pero representa un dique de contención al riesgo del predicador del utópico nuevo orden.
Bajarle la moral a un pueblo que se ha crecido múltiples veces sobre sus dificultades y ha salido fortalecido sin perder sus libertades no es algo fácil de lograr. Biden y su campaña pretende una victoria convocando a una derrota.
Alberto Ray S.