En el pasado, la seguridad estaba restringida a una función de vigilancia con poca visibilidad en la organización. Las tareas de protección las ejercía un personal de bajo nivel, relegado a los rincones del organigrama y a la edificación donde prestaba sus servicios. Este período se conoce como Era del Sótano de la Vigilancia.
A partir de los años 90 del siglo XX, y en parte impulsado por los avances tecnológicos, la seguridad abarca otras funciones y comienza a ejercer más un rol de consultoría e inteligencia, basándose para ello en esquemas de tercerización de los procesos cotidianos como el resguardo de instalaciones y protección de tareas básicas, como la entrada y salida de personal, control de inventarios y verificación de identidades. Es la Etapa de la Seguridad Corporativa.
Con la globalización de los negocios, al inicio del nuevo milenio se inaugura la Era de la Protección de Activos. Aquí, las organizaciones de seguridad comienzan a asumir la función de custodia activa del patrimonio, tangible e intangible, con participación en tópicos tales como, prevención de accidentes, derechos de autor y patentes, inteligencia competitiva, y otros aspectos de información confidencial o propietaria. El rol de investigación del departamento de seguridad se expande para incorporar análisis geopolíticos y del entorno. En algunos casos, se complementa con otras áreas de la organización para evaluar nuevos mercados y ampliar la visión de los riesgos. Además, una de las principales características de esta etapa es el esquema colaborativo con énfasis en la gestión del trabajo en equipo, donde la seguridad toma un rol consultor y de reporte al más alto nivel de la organización. Buena parte de empresas trasnacionales viven aún bajo alguno de los efectos de esta Era.
Sin embargo, lo complejo de la realidad nos está impulsando hoy a una seguridad que va más allá de la proactividad. Se trata de alinear estrategias de seguridad con el negocio y entramarse en el tejido de la organización para agregar valor. Es una visión más sistémica, basada en procesos. Estamos ya en una una nueva etapa: La seguridad resiliente que permite accionar previsivamente ante cualquier situación y recuperar el estado normal al menor costo y tiempo posibles.
Hoy en día, se tiende a confundir la seguridad con la tecnología. El poder de esta última influye en la percepción de tranquilidad, debido al impacto disuasivo de dispositivos y sistemas altamente sofisticados. Pero, de nada sirve que la organización invierta recursos económicos en la instalación de tecnología, si no sabe cómo coordinar la plataforma con el recurso humano, si no existe una fuerza de respuesta inmediata o si, por ejemplo, no se instrumentan programas de mantenimiento de los sistemas instalados. De allí, la importancia de saber combinar adecuadamente las herramientas para crear soluciones y reducir los riesgos. Esto también es parte de la seguridad resiliente.
En este sentido, es necesario alinear los esfuerzos de seguridad a los objetivos y estrategias de la organización. La seguridad resiliente es la que aprende de sus errores y tiene una visión que va más allá de su propia realidad. Es decir, capitaliza la experiencia para leer el entorno. Desde el mundo de la seguridad debemos reconocer que son muchas las organizaciones que han alcanzado con convicción el nivel de resiliencia, y como suele pasar en estos agitados tiempos donde los eventos no sólo se suceden con mucha rapidez, sino que se presentan en forma simultánea, una nueva era de profundos cambios que trascienden la propia resiliencia, ya comienzan a dibujar un nuevo mapa de lo que será la seguridad en los años por venir. Me atrevo a adelantar un nombre para esta nueva etapa: Era de la Anti-Fragilidad. Para entenderla, comencemos por definir qué es fragilidad: se refiere a la debilidad y facilidad para deteriorarse de algún objeto o proceso. La seguridad anti-frágil, por tanto, además de todas las virtudes de la resiliencia cuenta con la capacidad de aprovechar las dificultades derivadas de los riesgos de una organización para crecer y hacerse más robusta. Es la seguridad que se nutre de la aleatoriedad y la turbulencia porque se prepara para afrontarla. Reconozco que no son conceptos fáciles de asimilar, pues apenas se muestran en el horizonte. Sin embargo, vale la pena esforzarnos por entenderlos. No hacerlo, es descolocarnos frente a los complejos y líquidos tiempos que nos está tocando vivir.
*Este artículo fue originalmente publicado en el libro Carta de Navegación para una Organización Segura MAPS y fue actualizado para la reedición de MAPS21