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De la paz sin victoria al perdedor radical

En estos tiempos complejos que nos ha tocado vivir, nada más conveniente para las incompetencias del liderazgo político internacional que tener a un Putin a la mano, quien, en este mundo desajustado se ha convertido en la causa de todos los males, fenómeno que le sirve para alimentar su ego, pues el relato que se cuenta dentro de Rusia se ensambla sobre la “heroica gesta” en defensa de la madre patria.

Pareciera que entre el aceleracionismo y la complejidad se le olvida a Occidente que la nación rusa ha vivido varios ciclos en los que se desbordan sus fronteras. Desde el reinado de Pedro I el Grande cuando se anexaron la salida al mar Báltico a finales del siglo XVII, hasta la era soviética del siglo XX con la ocupación de Lituania, Letonia y Estonia y la toma de las naciones del Cáucaso, la historia de Rusia de los últimos 300 años es de expansión y contracción en la misma proporción de su poder y liderazgo.

En esta oportunidad, el hombrecillo que es Putin, surgido de la oscuridad de la KGB del último cuarto de hora de la guerra fría, se aprovecha del pretexto expansivo de la OTAN para comenzar un nuevo ciclo, sin embargo, el siglo XXI le impone nuevos retos, y aunque la propaganda y el narcisismo ayuda, este domador de osos no luce con el instinto geopolítico que Pedro el Grande, Catalina la Grande o el zar Alejandro II tuvieron para entender sus momentos y lograr la grandeza de su imperio.

Vladimir Putin ha construido su poder sustentado en otras bases más vinculadas con el manejo autocrático de las relaciones, la explotación de los abundantes recursos energéticos, la propaganda y la represión, lo que puede serle suficiente para mantener bajo control al gigante ruso, pero no le alcanza para causas internacionales más ambiciosas como anexarse a Ucrania. Sin embargo, estaríamos calibrando erróneamente a Putin si consideramos la invasión como una aventura de locos. No pretendo en estas líneas hacer un análisis de la guerra, sino tratar de entender hasta dónde es capaz de llegar Vladimir en su “operación militar especial”.

Para este breve análisis voy a recurrir a Magnus Enzensberger en su ensayo sobre El Perdedor Radical de 2007. Dice Enzensberger: “Ellos, los jerarcas y sus acompañantes lo saben, [frente a la posibilidad de perder el poder]… lo que les queda es aferrarse a la posición que ocupan y defenderla”.

Los perdedores radicales, como lo han entregado todo ya nada les importa, son capaces de sacrificar lo de otros por no perder su recurso final; la posición que ocupan. Es la maximización de la destrucción como escenario utópico de salvación, pues suponen que en el exterminio también caerán sus enemigos.

Un eventual Putin sin opciones de triunfo, acorralado y presionado por Occidente encajaría la visión de Enzensberger cuando señala: el individuo…no habrá alcanzado la categoría de perdedor radical hasta que no haya hecho suyo el veredicto de los demás, a quienes considera como ganadores. Sólo entonces “se desquiciará”.

El perdedor radical puede estallar en cualquier instante. La única solución imaginable para su problema consiste en acrecentar el mal que le hace sufrir.

En su momento, la Alemania Occidental de la postguerra no sólo invertiría toda su energía en reconstruir el país, sino que necesitaría un largo período de análisis sociológico y filosófico para buscarle alguna explicación a los doce años de locura totalitaria gobernados por Adolf Hitler.

“Cabe la hipótesis de que Hitler y su séquito no buscaran, sino que quisieran radicalizar y eternizar el estatus de perdedores (…) Su verdadero objetivo no fue la victoria sino el exterminio, el hundimiento, el suicidio colectivo, el final terrible” diría Enzensberger en su ensayo.

Pero, volviendo a 2022 ¿es que acaso Vladimir Putin, en la lógica de los costos hundidos de una guerra que no le resultó es capaz de llevar el juego hasta la radicalidad del perdedor y pasar al tablero nuclear? La historia del mundo, y también la rusa, tiene respuestas en ambas direcciones, es decir; puede ser posible y todos perdemos o cansados todos de la guerra surge un espacio de negociación donde nadie gana. Una especie de paz sin victoria.

Por lo pronto, no se ven luces que indiquen el fin del conflicto y se corre el gravísimo riesgo de la normalización de la guerra prolongada, tema al que me referí recientemente en mi artículo, La utopía del mundo gris, el cual describe el escenario del caos sostenido como nuevo modo global, dónde Rusia llevaría una ventaja muy importante, pues Putin ha sido uno maestro en el arte de gerenciar la incertidumbre.

Para concluir, quizás la explicación teórica para los perdedores radicales sea la vieja conclusión a la que llegó Sigmund Freud con el concepto de instinto de muerte: “puede haber situaciones en las que el ser humano prefiera un final terrible a un terror –sea real o imaginario– sin fin”.

@seguritips

2 comentarios en “De la paz sin victoria al perdedor radical”

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