De la organización líquida a la convergencia político criminal

Una organización es líquida porque tiene la capacidad de adaptarse con facilidad a los cambios del entorno. Es como el agua, o cualquier otro fluido, que toma la forma del envase que lo contenga.

En este caso, ser líquido es distinto a ser resiliente. La resiliencia es la propiedad de hacerse flexible frente a la adversidad. Una organización resiliente se deforma temporalmente para absorber el impacto de aquello que la afecta, y luego vuelve a su estado natural, habiendo absorbido la experiencia y en ocasiones, habiendo aprendido de ella.

La organización líquida, por su parte, no tiene reglas preestablecidas, se amolda a las circunstancias y consigue la ruta de menor resistencia para lograr sus fines. Puede deformarse y readaptarse múltiples veces si el entorno se lo exige. En ella, no existen criterios de eficiencia o maximización de la utilidad, lo único importante es alcanzar los objetivos.

La delincuencia organizada es un excelente ejemplo de organización líquida. Su propósito es netamente económico, y en ocasiones el poder. Hará lo que sea esté a su alcance, al costo que sea necesario y sin restricciones legales o éticas para enriquecerse o sostener su posición. Además, la delincuencia organizada opera en un modelo de redes muy entramadas unas a otras, esto le da la posibilidad de transitar por infinidad de rutas alternas en caso de dificultades.

Si bien, la delincuencia organizada ha existido desde hace mucho tiempo, la globalización y la aceleración tecnológica han multiplicado sus modos de operación y sus posibilidades de interconexión. El ritmo del cambio y adaptación sucesiva le es natural a las organizaciones líquidas, de allí, la ventaja significativa que le llevan al resto del mundo. Una ventaja que abre una brecha entre los que se reconfiguran a la realidad cambiante y los que no ven venir el cambio o son tan pesados en sus estructuras que no pueden acoplarse al aceleracionismo de los tiempos.

Aunque no toda delincuencia organizada es líquida, por sus mismas razones de supervivencia, cada vez más tiende a serlo. Era común que inclusive en el pasado reciente, que la delincuencia organizada se ensamblara en función de un sistema jerárquico piramidal, con una figura muy prominente en su cúspide, al estilo de Pablo Escobar y el cartel de Medellín. Si bien, Escobar manejaba redes de terrorismo y sicariato, luego de su muerte en 1993, el negocio de la droga en Colombia se reorganizó en un sistema complejo de grupos paramilitares y guerrillas de características mucho más líquidas. Los carteles mexicanos como el Jalisco Nueva Generación y el de Sinaloa, se han diversificado en estructuras de múltiples dimensiones a través de las cuales operan decenas de negocios ilícitos en varios continentes. En el caso de este último, superó sin mayores interrupciones operativas la captura y extradición de su líder, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera. Se conoce que el cartel de Sinaloa tiene en su nómina a grupos de expertos financieros que se encargan del manejo detallado de los fondos de la organización; desde la inversión en tierras de cultivo, hasta el lavado de dinero en compra de propiedades. De la misma forma, operan cadenas logísticas que transportan la droga por distintos medios a Estados Unidos, Europa y Australia. Poseen hasta pequeños submarinos de carga que se sumergen en las aguas del Pacífico de México a California.

 

No todas las organizaciones líquidas son criminales, existen empresas trasnacionales que observan y aprenden rápidamente del mundo líquido y que, no obstante, deben operar en entornos regulados, producir ganancias y desenvolverse con códigos éticos, han traspasado la brecha de la readaptación acelerada y superan por mucho a los modelos tradicionales de hacer negocios.

Uber, la empresa de transporte y traslado de pasajeros es prácticamente líquida. Se adapta a casi todos los países en los que opera supliendo la demanda universal de movilizar gente, objetos y hasta comida de un sitio a otro, utilizando para ello una red de conductores y vehículos completamente independientes. Es la empresa que más vehículos tiene en el mundo y no es dueña de ninguno. Amazon, Google, Airbnb, Netflix y Apple, son también ejemplos de innovación frente a los retos de las dinámicas fluidas y complejas de la globalización.

Una definición más aproximada a la organización líquida es la antifragilidad. Neologismo acuñado por el matemático de origen libanés Nassin Taleb para describir aquello que es adaptable, resiliente y se aprovecha del caos y la incertidumbre para crecer y tener éxito. Quizás lo líquido no aspire a tanto y se conforme con sobrevivir a las vicisitudes, aunque la diferencia fundamental con el concepto de Taleb es que los estresores del entorno perfeccionan al sistema, no solo para adaptarlo, sino para hacerlo más apto frente a la adversidad. Es un poco lo que Charles Darwin estableció con selección natural. Sin embargo, las organizaciones líquidas no quieren ni necesitan ser mejores. Solo están allí para cumplir sus objetivos, si no funcionan desaparecen o se autotransforman para adaptarse, y a través de la ruta de menor resistencia lograr su objetivo. Es esta la razón que lleva a las organizaciones criminales a no buscar ser protagonistas de la realidad, prefieren “pasar bajo el radar” y hasta desdibujarse en el paisaje. Que sus líderes sean reconocidos y famosos es un mecanismo de defensa, pues, al convertirse en el foco de atención, protegen a quienes operan por debajo en el anonimato.

La organización líquida es una expresión del posmodernismo, es de hecho, la forma en que Zygmunt Bauman definió a la contemporaneidad, llamándola modernidad líquida:

 “En el mundo volátil de modernidad líquida, donde casi ninguna forma se mantiene inmutable en el tiempo suficiente como para cuajar y garantizar una fiabilidad a largo plazo, caminar es mejor que permanecer sentado, correr es mejor que caminar, y surfear es mejor que correr.”

Es la realidad en cambio constante que se devalúa a sí misma y da paso a una nueva para volverse a devaluar. En esta dinámica solo se puede sobrevivir si no existen demasiadas reglas o procedimientos, basta con asumir los fines de la organización sin importar los medios.

En tal sentido, a las democracias institucionales y formales del mundo occidental les resulta prácticamente imposible hacerse líquidas, pues sus fortalezas están precisamente en la solidez de sus fundamentos y el asentamiento de sus costumbres y tradiciones. El mundo líquido se cuela, por tanto, con imperceptible facilidad por las vulnerabilidades de los Estados con todas las ventajas que brinda el poder sin control.

Aunque algunos países están entendiendo que en estos tiempos líquidos los modelos de democracia representativa están sometidos a grandes presiones por el aplanamiento de las estructuras de poder, dadas las ventajas que ofrecen las tecnologías de comunicación al borrar las fronteras de espacio y tiempo, aunado a la potencia de amplificación de las redes sociales. Han desaparecido los intermediarios en las pirámides jerárquicas y ahora las relaciones entre los individuos se parecen más a redes con múltiples nodos de interconexión, y por ende, de canales de participación e influencia en la vida pública de las sociedades. Pero estas capacidades de involucrar a más actores en el proceso de toma de decisiones colectivas son también impactadas por organizaciones líquidas dedicadas a torcer las voluntades de las mayorías y, que desde sus anonimatos intervienen en procesos electorales, inclusive antes que los ciudadanos hayan podido decidirse por cual opción emitir su opinión. A esto debe sumársele la automatización de los sistemas de votación, que, en lugar de brindar transparencia al ejercicio democrático, lo hacen más complejo, y por tanto más fácil de ser imperceptiblemente intervenido para favorecer a aquellos que tienen el poder para manipularlo.

Frente a tales circunstancias, aquellos gobiernos corruptos y deslegitimados por las prácticas abusivas de poder se “licuan”, al igual que las organizaciones criminales, para sostener sus ventajas y privilegios. La natural e histórica convergencia entre dictadores y redes criminales ha encontrado en la dinámica líquida un espacio multidimensional para florecer dejando muy atrás a la justicia en su intento de detenerlos y desarticularlos. la sinergia político-criminal es más que la suma de sus partes. Los regímenes adquieren las destrezas del crimen en sus redes trasnacionales y estas, a su vez, consiguen un nicho desde donde establecer sus operaciones de manera segura desplegando así sus potencialidades delictivas.

Frente a este fenómeno, los gobiernos serios y la justicia internacional tienen muy poca capacidad de respuesta y solo cuando este maridaje comienza a amenazar la estabilidad regional es que se toman medidas, la mayoría de orden económico, con el propósito de romper las fuentes de financiamiento, pero dado el carácter líquido de las convergencias, rápidamente se adaptan a las nuevas condiciones y mutan, tanto en sus formas como en sus funciones para garantizarse la sobrevivencia. En este punto de yuxtaposición de planos políticos y criminales es donde se originan los riegos de naturaleza líquida, difíciles de contener y más aun de mitigar.

El solapamiento político criminal engendra en su seno a los Estados criminales, a novedosas formas de populismo, a fuerzas armadas desnaturalizadas y puestas al servicio de tiranías y a grandes aparatos de propaganda, pero igualmente, alberga a sistemas sofisticados de represión y dominación social y a espacios para el tráfico de todo lo ilegal que pueda existir sobre el planeta. Todos son riesgos de origen político criminal pero ahora líquidos por la complejidad del entorno, la dinámica de las organizaciones y la pesada lentitud de las instituciones democráticas que deberían mitigarlos o neutralizarlos.

En la lógica del aceleracionismo, basta una proyección a muy pocos años para convencer a los más incrédulos que la civilización occidental tiene en los riesgos líquidos el reto de su propia supervivencia. El avance convergente de regímenes y organizaciones criminales globales amenaza no solo la paz de todo un hemisferio sino sus valores fundacionales de libertad. En este punto, la primera tarea es hacernos conscientes de lo que enfrentamos. En el mundo líquido no existe la protección por ignorancia, al contrario, las primeras víctimas son usualmente las que ignoran o no quieren ver la realidad. Para muestra, el drama muy real de la sociedad venezolana en 20 años de revolución chavista.

@seguritips

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