En el mundo de hoy se conoce como dilema del innovador al hecho en el cual el propietario de una importante tecnología y mercado se concentra demasiado en profundizar, especializar y explotar las necesidades actuales de los consumidores que termina dejando por fuera la visión sobre las tendencias hacia donde su mercado puede moverse en el futuro.
En su momento, un ejemplo fue Microsoft, dedicado a desarrollar sistemas operativos para computadores, no detectó a tiempo el crecimiento del mercado de las tabletas, donde Apple y Google ya habían ganado espacio con sus sistemas operativos. Una analogía interesante, aunque guardando las distancias, ocurre en el ámbito de la seguridad y las estrategias para la prevención del delito. Los gobiernos y autoridades con resultados positivos en la lucha criminal se ocupan con tanto nivel de detalle en el éxito del «aquí y el ahora» que no ven venir los acelerados cambios de la dinámica social que se traducen en nuevas amenazas y formas de operar del delito, dejando rezagadas a las estrategias que hasta el presente venían arrojando resultados positivos.
Quizás la mejor respuesta al dilema del innovador es no dormirse en la efímera gloria del presente y abrir los ojos en dirección al futuro. En la seguridad, el dilema del innovador tiene un costo adicional, y es que ignorar la velocidad de cambio o «mutación» de las amenazas puede echar por tierra expectativas generadas por éxitos anteriores, aumentando la frustración y reduciendo la credibilidad bien ganada en épocas de pasadas.
Un buen ejemplo de hace unos años fue el incremento en el robo de teléfonos celulares de última generación. El robo hizo que mucha gente comprara un segundo equipo más sencillo y básico, pues al verse coaccionado por un delincuente a entregar su equipo, el ciudadano optaba por entregar el celular barato, salvando su costoso y atractivo celular inteligente. No pasó mucho tiempo hasta que el hampa dejara de arrebatar teléfonos, y procediera a requisar violentamente a las víctimas extrayendo no sólo los equipos, si no la cartera, llaves y hasta la ropa. En este sentido, debemos entender que el delincuente posee dos ventajas con las cuales resulta muy complicado competir; el uso de la fuerza y la velocidad de mutación. Ambas tan complejas que no pueden afrontarse con aproximaciones simples.
Ya en 1620, Francis Bacon, filósofo inglés apuntaba en su obra más importante Novun Organum que «el entendimiento humano una vez que ha adoptado una opinión, lo conduce todo a acordar con ella, y aunque exista gran cantidad de evidencia que apunten en sentido opuesto, se obvia y se niega. El hombre, fascinado por su vanidad, marca los eventos que se corresponden a su opinión, pero cuando estos fallan, usualmente con mayor frecuencia, los ignora y les pasa por encima.»
Esto es lo que en la actualidad se conoce como sesgo por confirmación y es típico de aquel que sólo colecta las evidencias que favorecen sus hipótesis, dejando por fuera abrumadoras pruebas que las contradicen. Pero, volviendo a la seguridad ciudadana como proceso social, no podemos obviar que los errores en este campo son muy costosos y en ocasiones con pérdidas irrecuperables, por lo que sesgarse por la intuición o por conclusiones sacadas del anecdotario es abrirle la puerta a la más grande vulnerabilidad de un analista de riesgos, que es la ignorancia de la realidad que lo circunda.
Una de las paradojas más grandes en la seguridad y que refuerza el dilema del innovador viene de aquellos que se denominan “expertos”. Se supone que el experto ha alcanzado un sitio especial en el sillón del saber y que, una vez allí́ atornillado, será́ inamovible. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. Cuando cambian los paradigmas, y en la seguridad, como en la tecnología, cambian con frecuencia, aquellos “encumbrados” son los que caen desde más alto. Varios ejemplos podrían citarse; desde la industria de los ferrocarriles que vio desaparecer su época de oro ante la llegada de los vehículos automotores, hasta casos más recientes como la transformación de la industria de la música ante la posibilidad de digitalizar y comprimir las canciones para su divulgación a través de Internet. Las empresas que no vieron venir estos cambios hoy están en otro negocio o simplemente desaparecieron del mercado.
Cuando cambian los paradigmas todo vuelve a cero. Es una nueva carrera en la que los jugadores parten desde la misma posición, aunque aquellos más flexibles o arriesgados usualmente tienen ventajas. La seguridad no escapa a esta verdad. Los avances tecnológicos y la realidad de un mundo globalizado hacen posible hoy día detectar tempranamente la ocurrencia de muchos de los incidentes que más tarde pudieran significar costosas pérdidas. ¿Se han preguntado sobre algo que parecía imposible a finales del siglo XX en el mundo de la seguridad y que hoy es común?
En 1995, aún no habían inventado las cámaras IP ni la transmisión de video a través de redes. Tampoco existían los teléfonos inteligentes o las tablets desde donde acceder a la información en tiempo real, y mucho menos el mundo se imaginaba los profundos efectos que traerían para la seguridad los eventos del 11 de septiembre del 2001. En aquel entonces, las personas estaban convencidas que la validez de un documento dependía de su impresión sobre papel y que una transacción con tarjeta de crédito debía estar firmada para que fuera más segura, siendo estos paradigmas que marcaron la forma de ver la realidad y que, aunque en su momento fueron muy validos, hoy día han perdido vigencia.
Lo cierto es que la seguridad, como tantos otros ámbitos, se encuentra bajo continuas transformaciones y requiere, cada vez más, que todos nos involucremos y contribuyamos para lograr mejores resultados. Si alguna recomendación pudiera dar a nuestros verdaderos expertos es que mantengan sus ojos y oídos bien abiertos ante los cambios en lo que nos rodea. Recuerden que no estar en la realidad es estar fuera de ella y a merced de ella.