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Construir seguridad requiere interpretar la urgencia

Es frecuente escuchar que el instrumento de cambio más poderoso para el líder de nuestros días es el lenguaje. El líder que entiende su lugar y su tiempo es capaz de articular con las palabras el futuro que imagina y ponerlo frente a sus seguidores, como quién describe un sitio preciado al que todos ansían llegar. Esto se conoce como el poder de una visión de futuro y es el elemento principal para la transformación de una cultura o una sociedad.

Es cierto que un líder que entiende su lugar y su tiempo tiene una ventaja significativa a la hora de articular una visión de futuro. Esto se debe a que tiene una comprensión más profunda de las necesidades y deseos de quienes lo siguen y, por lo tanto, puede identificar con mayor precisión las soluciones que se necesitan para mejorar sensiblemente la situación.

Cuando un líder es capaz de articular una visión de futuro clara y convincente, va tener un impacto significativo en la transformación de una cultura o una sociedad. La visión de futuro puede inspirar a las personas a trabajar juntas para lograr un objetivo común y motivarlas para superar los obstáculos en la ruta hacia el éxito. También puede ayudar a las personas a comprender cómo su trabajo individual contribuye al logro de la visión de futuro y cómo su papel es importante para el bien colectivo.

Sin embargo, para que una visión de futuro sea efectiva, es necesario que se comunique de manera efectiva. Esto significa que el líder debe ser capaz de describir con palabras claras y concretas el futuro que imagina y cómo se logrará. De la misma forma, debe ser capaz de responder con la urgencia debida, a las preguntas y preocupaciones de sus seguidores para garantizar que comprendan plenamente la visión de futuro y estén motivados para trabajar juntos para lograrla.

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Es indiscutible que en la seguridad, el liderazgo también ocupa un lugar muy importante. De la correcta conducción y toma de decisiones de los líderes de la seguridad dependen que se salven vidas, se preserven patrimonios y se garantice la continuidad de  muchos negocios y organizaciones. Sin embargo, en oportunidades nos quedamos cortos en esa necesaria proyección  de un mejor futuro.

Marshall Ganz, profesor de gobernabilidad en la Universidad de Harvard; plantea que el desafío para liderar el cambio está en romper la inercia de los hábitos pasivos de la gente, con el fin de lograr su atención. El sentido de urgencia es el disparador que mueve a la gente a actuar porque hay una necesidad que atender. Pero también el sentimiento profundo de la indignación ante las contradicciones e incoherencias que a diario se viven tanto en las sociedades como en las organizaciones. Estas dos posibilidades ayudan a romper la inercia y la apatía del status quo.

El sentido de urgencia es una fuerza poderosa que mueve a las personas a tomar acción. Cuando hay una necesidad que atender, ya sea en una sociedad o en una organización, la urgencia se convierte en el disparador que motiva a las personas a actuar.

Pero el sentido de urgencia no es la única fuerza que puede impulsar a las personas a actuar. La indignación ante las contradicciones que se viven cotidianamente y no se resuelven también son un motor de cambio significativo. La indignación surge cuando hay una brecha entre lo que se dice y lo que se hace, o cuando se percibe una falta de transparencia o justicia en la forma en que se toman decisiones.

La combinación productiva del sentido de urgencia con la indignación puede romper la inercia y la apatía sobre el presente. Las personas y organizaciones tendrán la necesidad de actuar de manera rápida y decisiva para abordar la situación que los indigna, lo que a su vez puede ayudar a generar un cambio significativo. Sin embargo, el sentido de urgencia y la indignación no siempre se combinan de manera efectiva. En algunos casos, la indignación puede generar un impulso emocional sin una dirección clara, lo que puede llevar a acciones impulsivas e ineficaces. Por otro lado, el sentido de urgencia puede llevar a una respuesta rápida pero superficial a un problema, sin abordar sus raíces subyacentes.

En cuanto al sentido de la urgencia, he apreciado que en la gestión de seguridad usualmente fallamos en mover el piso de la gente para sacarla de la inercia pasiva de la vida insegura frente a la cual ya no hay nada que hacer. Nos encerramos en nosotros mismos a esperar que algo pase o que alguien haga que las cosas cambien. Nos resignamos a gerenciar desde la reacción y en ocasiones dejamos que la realidad y el entorno nos cubra con un sinfín de asuntos por resolver, perdiendo la perspectiva de una visión de futuro.

Pero a todas estas, ¿Realmente tenemos consciente nuestro sentido de urgencia? ¿Tenemos idea sobre cómo canalizar las energías de la indignación? Y lo más importante; ¿Dónde está nuestra visión de futuro?

He observado en varias encuestas sobre percepción de riesgos en América Latina que las organizaciones y empresas imaginan un futuro peor o mucho peor y lleno de incertidumbres.  ¿Existe acaso mayor sentido de urgencia o indignación frente a un panorama tan oscuro? Sin duda, que estamos frente a un reto en extremo complejo; construir bienestar, tranquilidad y confianza en medio de la adversidad.

La construcción de una visión de futuro para la seguridad debe partir de lo positivo. Tocar la fibra interna de la gente para motivarla a la transformación y al mismo tiempo, comprometerla para que se sumen a esa mejor realidad que se quiere construir.

La visión de futuro para la seguridad parte de esperar una sociedad en justa convivencia, donde se respire un clima de paz y tranquilidad. Un lugar de encuentro común de ciudadanos que muestren confianza mutua en lugar de esconder las carteras y los celulares. Con empresas que estimulen la formación de una cultura poderosa arraigada en la pertenencia, que apoyen en el desarrollo de individuos conscientes de su entorno y con fuerte énfasis en el respeto de las normas. Familias que sean formadoras de valores asociados a la seguridad tales como; la honestidad, la lealtad y la tolerancia por el otro. Hogares sin maltratos ni maltratados que sean el crisol de hombres y mujeres convencidos que la seguridad es la garantía de su pleno desarrollo.

Para lograr esta visión de futuro, es fundamental que se fomente la confianza mutua entre los ciudadanos. Esto significa que las personas deben sentirse seguras y confiadas en la presencia de los demás, y estar dispuestas a colaborar y apoyarse mutuamente en situaciones de emergencia.

Además, la visión de futuro para la seguridad implica un lugar de encuentro común donde los ciudadanos puedan interactuar, discutir y resolver problemas en conjunto. Este lugar de encuentro puede ser una comunidad, una ciudad o incluso un país entero, pero lo importante es que sea un espacio inclusivo y seguro para todos. En este futuro deseado, la seguridad no solo se refiere a la ausencia de delitos y la prevención de la violencia, sino también a la seguridad económica, la seguridad social e inclusive, la seguridad emocional. Es decir, se trata de un futuro en el que las personas se sientan seguras en todos los aspectos de sus vidas y tengan la confianza necesaria para perseguir sus sueños y aspiraciones.

Cuando me preguntan si es posible lograr una visión positiva de futuro para la seguridad, no tengo la menor duda que sí. Basta con estudiar el ejemplo de países arrasados por guerras, hambrunas y regímenes genocidas que se han levantado de sus propias cenizas porque entendieron que la única manera de lograr un cambio transformador y positivo estaba en reformular una nueva narrativa para su historia, sanando sus heridas, pero valorando sus cicatrices. Contar una nueva historia requiere construir certezas y afianzar a la gente en sus propios valores, y para ello, la seguridad es indispensable.

Esta es una versión actualizada de un texto publicado originalmente en RAY en Seguridad

@seguritips

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