Resulta inevitable vivir el deterioro que sufre Venezuela. Ya nadie puede escaparse de su dominio sobre todos los ámbitos del país. Los niveles de escasez e inflación, la fractura institucional, la parálisis del aparato productivo y de servicios, el desgaste de la infraestructura y la abismal inseguridad que nos coloca en los países más peligrosos del mundo, nos presenta el panorama de una nación sumergida en una larga guerra.
Pero, no nos referimos a la guerra económica o la lucha histórica de la Izquierda contra la burguesía. Es una guerra de verdad, en la que no estamos muy claros los bandos en conflicto, aunque resulta evidente de sus consecuencias porque saltan por todas partes. Largas colas para apenas conseguir alimentos, gente muriendo en los hospitales por falta de medicamentos básicos, cortes prolongados de energía, mercado negro, invasiones, militares en las calles y, por supuesto, saqueos, secuestros, asesinatos y zonas dominadas por antisociales con alto poder de fuego.
Para empezar a entender esta nueva realidad, debemos tener en cuenta que la seguridad en tiempos de guerra es radicalmente opuesta a las certezas de la paz. Diría que son tres las claves principales a tener en cuente para vivir más seguros en un entorno con este nivel de complejidad.
Entender e interactuar con el entorno: la conducta del avestruz al esconder la cabeza no es la mejor estrategia que podemos adoptar en estos tiempos difíciles. Contrario a lo que se piensa, mientras menos sabemos o nos familiarizamos con las asperezas y las dificultades, más ansiedad estaremos generando dentro de nosotros mismos. A mayor conocimiento, más certezas acumulamos y por ende estaremos más seguros, aunque el saber implique en oportunidades, entrar en contacto con vivencias desagradables. Es preferible entender la dureza como espectador que como protagonista. La intención con este abordaje de la realidad no es pretender cambiarla, se trata de fluir con ella, flexibilizándonos ante sus contradicciones y siendo comprensivos de sus injusticias, sólo de esta manera, adquirimos la visión necesaria para asumirla con coraje e interactuar con una actitud más sana con ella. Siempre podemos ser generadores de certezas en nuestros círculos de influencia. Por muy inseguro que sea nuestro entorno, nosotros, nuestras familias y nuestro trabajo pueden ser centros de tranquilidad con mínima incertidumbre.
Minimizar el nivel de exposición a riesgos: en este aspecto son múltiples las recomendaciones. Sin embargo, vamos a concentrarnos en dos elementos; la reducción de vulnerabilidades y la identificación de amenazas. Las vulnerabilidades son las debilidades de seguridad en hábitos y espacios. Nuestra apariencia, lo que decimos y compartimos por las redes, los sitios por los que transitamos y los momentos en los que nos movilizamos pueden ponernos en peligro. De igual forma, los elementos de protección en nuestras viviendas y el nivel de alerta en el que estemos son muy importantes para nuestra seguridad. Por otro lado, conocer las fuentes de las amenazas y los modos en los que actúan nos pone por delante de los potenciales riesgos. Como recomendación adicional, debemos hacernos más sensibles al poder de nuestros instintos y percepciones que siempre son altamente preventivos y nos envían señales de supervivencia.
Procurarnos bienestar para la supervivencia: hasta en la peor de las situaciones es necesario hacernos de un circulo de protección que nos permita distraernos y por qué no, hasta olvidarnos por ratos del estrés y la rutina del país. Es clave poder recargar nuestras energías para vivir más conscientes de la situación que nos agrade, cada vez con mayor presión. En tal sentido, la seguridad es vital en la construcción de estos espacios de bienestar. Lo más sencillo y seguro es mejorar los niveles de resguardo de nuestras viviendas. Hagamos de ellas un área segura. Invirtamos en seguridad de nuestra urbanización, de nuestra calle y de nuestra casa. En la actualidad se consiguen sistemas de alarma y video a precios muy competitivos y que elevan considerablemente el resguardo de las propiedades. Lugares como clubes, parques y centros culturales cobran especial valor en momentos difíciles. Rodearnos de un grupo de amigos o familia que se constituyan en una red de protección es una estrategia muy efectiva para soportar las dificultades. En este tipo de escenarios de guerra, aislarse es un error que puede terminar siendo muy costoso. Planifique su tiempo de esparcimiento, busque actividades recreativas o culturales que le llenen el espíritu, haga deporte en ambientes controlados y cultive a sus amigos. En tiempos de la 2da guerra mundial en la Francia ocupada por las fuerzas alemanas, surgieron nuevos pensadores, filósofos, escritores y cineastas como respuesta creadora a los horrores del conflicto. Pensemos que todo pasa, hasta los momentos más agrios en nuestra vida van a formar parte del recuerdo. Imaginemos y preparémonos para las mejores épocas por venir.
No pretendo ser naive con esta corta reflexión. Debemos entender que la magnitud de la dificultad en la que estamos hundidos es similar a la de una guerra. Sin embargo, nuestro poder para cambiar en este instante las realidades es limitado, por lo que debemos trabajar en nuestro entorno inmediato para generar certezas, minimizar riesgos y procurarnos tranquilidad, al menos mientras superamos el reto que nos está tocando vivir. En momentos tan difíciles siempre recuerdo una frase escrita en el fondo de un cenicero en un bar olvidado: “La vida no es esperar a que la tormenta pase, se trata de aprender a bailar bajo la lluvia”
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