Son 143 los submarinos de propulsión atómica que están operativos hoy en el planeta, repartidos en seis países. Los Estados Unidos lidera la flota con 68 y le sigue Rusia con 36. El resto pertenecen a China, Reino Unido, Francia y la India.
El 12 de agosto del año 2000, en medio de unos ejercicios militares, el submarino con propulsión atómica K-141 Kursk, y que fuera insignia militar de Rusia, sufrió una explosión catastrófica estando sumergido en el mar de Barents.
Vladimir Putin, quien había tomado posesión de la presidencia de Rusia cuatro meses antes, le tocaba lidiar con su primera crisis. Durante más de ocho días, las fuerzas armadas y los funcionarios del gobierno trataron de ocultar lo que había ocurrido con el submarino y evitaron que la ayuda internacional ofrecida se desplegara con prontitud para intentar rescatar a posibles sobrevivientes. Sin embargo, los tiempos habían cambiado para Rusia, ya no era posible tratar las crisis como lo hacían en la época soviética y con mucha rapidez el mundo ya sabía lo ocurrido, en parte porque las explosiones que hicieron naufragar al Kursk fueron de tal magnitud, que quedaron registradas en los sismógrafos norteamericanos en Alaska y Suecia.
En octubre de 2001 y bajo la promesa de Putin de recuperar los cuerpos de la tripulación, se contrató a una empresa holandesa que reflotó el submarino. Fue allí, cuando se pudo comprobar que 23 tripulantes permanecieron con vida por unas horas, al encontrar un par de notas en el bolsillo del teniente Dmitri Kolésnikov, fechadas el 12 de agosto del 2000.
En la primera nota se leía: “13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas, está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto”
Más tarde, el teniente Kolésnikov escribió una segunda nota: “Parece que no hay posibilidades, 10-20%. Esperemos que al menos alguien lea esto. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse”.
El submarino Kursk era una joya de la marina rusa. En 1995 había sido botado al mar con el insigne nombre de Kursk, en honor a la más grande batalla de tanques de la historia, ocurrida en 1943, en la que el ejercito Rojo se impuso a los panzers alemanes y que sirvió como punto de inflexión en la derrota final del ejército Nazi. El Kursk era un submarino de 154 metros de largo con cinco niveles y dos reactores nucleares que le permitían navegar a 30 nudos y podía permanecer bajo el agua hasta 55 días. Era considerado como un submarino “inhundible”.
Pero la tragedia del Kusk, como suele pasar con los Cisnes Negros, se debió a una sucesión de eventos desafortunados y que eran anteriores a la propia fabricación del submarino. A las 9:00 AM de ese 12 de agosto, el comandante de la nave dio la orden de disparar dos torpedos de salva para simular un ataque en contra del Pedro el Grande uno de los barcos rusos participantes en las maniobras. La orden nunca se cumplió, pues debido a una fuga de peróxido de hidrógeno en un misil defectuoso que venía de la era soviética había causado un incendio en la sala de torpedos, lo que provocó dos explosiones en un lapso de 2 minutos.
La segunda explosión ocurrió por la onda expansiva de la primera y alcanzó la sala de torpedos anexa, donde otros cinco torpedos explotarían, generando un colapso general de la nave, llenándola de fuego y humo y acabando con la vida de gran parte de la tripulación.
Los torpedos a bordo del Kursk eran propulsados por una mezcla de 200 kilos de kerosene y 1500 kilos de agua oxigenada, que en contacto con ciertos metales se descompone químicamente. Por esa reacción, el agua oxigenada se separa en oxígeno por un lado y en vapor por otro, que puede alcanzar a altas temperaturas hasta 5.000 veces su volumen y crear una presión tan elevada que genere una explosión.
Desde finales de los años 80 en Occidente se había comenzado el cambio de los propelentes líquidos en los torpedos, debido precisamente al riesgo que generaba el peróxido de hidrógeno, en el caso del Kursk, a pesar de ser un submarino fabricado en la era postsoviética se siguió utilizando torpedos antiguos, en los que se pudo comprobar en el informe producido por la Marina rusa, luego de haber sido reflotados sus restos, que había una marcada falta de mantenimiento.
Hoy, 22 años después del Kursk, el equipamiento militar ruso sigue mostrando deficiencias notables, como ha quedado en evidencia durante la invasión a Ucrania, pero lo que resulta más revelador, muy a pesar del estricto control de la información dentro de Rusia, es que los mismos actores políticos de hace dos décadas siguen pretendiendo ocultar la verdad sobre sus errores. Si no lo lograron con un submarino hundido en el mar, será mucho más difícil sobre el terreno, en tiempos globalizados e hiperconectados.