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Adictos a la seguridad

La evolución de la seguridad puede abordarse desde varias perspectivas. Su aproximación clásica es como herramienta para responder ante peligros como forma de protección frente aquello que tiene capacidad de hacer daño. Otra visión más contemporánea y compleja se relaciona con el poder para identificar riesgos en fases tempranas a través modelos, inteligencia o tecnología.

En paralelo al proceso de desarrollo de la seguridad, también han crecido las habilidades de nuevas y sofisticadas amenazas que actúan en muchas ocasiones de manera anónima, haciéndose visibles sólo cuando se materializa su acción destructiva. Como consecuencia del anonimato, estas amenazas tienen un poder adicional; se trata de la facultad que poseen para inducir “miedo hacia el otro” produciendo así, un estado generalizado de sospecha sobre todos los individuos.

Pero ese “otro” al que tememos no es necesariamente una persona o un grupo en particular, todo depende del perfil de la amenaza que se nos siembre en la mente, de allí en adelante, nuestro sistema de protección primario ubicado en lo profundo del cerebro tendrá la capacidad de estereotipar enemigos por todas partes. Por ello, las nuevas amenazas pueden desatar pánico colectivo cuando, por ejemplo, alguien detecta un maletín abandonado o escucha a una persona hablando en árabe. En la construcción de perfiles los medios de comunicación pueden ser influenciadores negativos de alto impacto, si se quedan en los estereotipos tradicionales o no manejan con objetividad el poder mutante de las amenazas.

Es un tema realmente serio para la seguridad, pues con el anonimato, la identificación de amenazas puede resultar en extremo difícil, ya que, al no existir un perfil definido, debe crearse alguno basado en la experiencia, a fin de establecer parámetros de búsqueda. En este sentido, la Inteligencia Artificial se convierte en el aliado más poderoso porque puede monitorear la realidad de manera permanente y sin más intervención que la programación de rasgos predefinidos vinculados con potenciales fuentes de riesgo.

El problema surge cuando se perfilan amenazas basadas en orientaciones políticas, étnicas, religiosas o sociales, porque bajo estas premisas la seguridad se convierte en una herramienta no ética para la neutralización selectiva de adversarios. Es muy común entonces que desde el poder se abuse de la seguridad, con el fin de sembrar enemigos en la población, para luego perfilarlos como objetos de vigilancia. Más aún, si con opacas intenciones se traspasa la línea de la debida protección ciudadana y se llega a la generación paranoica y ficticia de inseguridad provocada por enemigos diseñados o inexistentes.

Como lo señala Anne Minton en su obra Ground Control, “la necesidad de seguridad puede hacerse adictiva cuando la gente piensa que, por mucha que se tenga, nunca será suficiente, y empieza entonces a parecerse a una droga adictiva, de la que, una vez que nos hemos acostumbrado no podemos prescindir”. Es el miedo que alimenta el miedo.

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