Si el 2022 fue el año de la transición entre el fin de la pandemia y la normalización, el 2023, me atrevería a decir que será el año del cambio acelerado para la seguridad, y frente a lo cual necesitamos prepararnos mental y organizacionalmente para mantenernos dentro del espacio competitivo en la gestión de riesgos.
Para entender esta dinámica en la que ya entramos, voy a listar apenas cuatro elementos observables de fuerzas en movimiento, y que estoy seguro, ustedes podrán complementar con sus propios análisis:
- El fin de la pandemia coincidió con el inicio de la guerra en Ucrania, lo que lejos de despejar la incertidumbre en torno a los impactos en la economía global, la acentúa y la potencia, agregándole el factor de la instrumentación de las fuentes de energía como elemento clave del conflicto.
- La polarización política saltó de lo doméstico a la globalización de la conflictividad, en una especie de agregado mundial de ideologías, armamentismo, cambio climático, narcotráfico y geoestrategias. Esto no significa que ahora las confrontaciones políticas locales han cedido frente a las fuerzas internacionales; al contrario, lo local alimenta una red instantánea de polarización planetaria, además atizada por las redes sociales. Sólo observen el impacto de los incidentes en Brasil y Perú están generando en el continente.
- Los nuevos esquemas híbridos de trabajo, aunados con los procesos de transformación digital se han convertido en las fuerzas que modelan la economía, las familias y los modos de vida de millones de personas. Este fenómeno de la vida multiplexada y virtualizada, donde los límites, de hogar, oficina, familia y trabajo están completamente fundidos, produciendo un impacto, aun inimaginable y mucho menos cuantificable en las organizaciones, y por su puesto en la forma de concebir la seguridad en estas aguas desconocidas.
- Las redes trasnacionales de la delincuencia organizada consiguen en este entorno difuso y de incertidumbre el mejor de los terrenos para expandirse con agilidad e impunidad, pues les abre oportunidades infinitas para la sinergia potenciadora entre la corrupción, el crimen, la geopolítica y el poder. Para muestra basta con observar las migraciones en masa o el tráfico de drogas como nuevas armas del conflicto globalizado.
En este contexto, los desafíos para la seguridad son de amplio espectro, comienzan en el nivel de conciencia individual de los riesgos a los que estamos expuestos y se extienden hasta las cadenas globales de suministro de materias primas, combustibles y hasta microprocesadores.
Esta percepción de haber entrado a un mundo desconocido e inseguro es común al planeta entero, y si bien, en el pasado reciente era parte del clima en países de corte autoritario, ahora es un sentimiento universal. La pérdida progresiva de confianza en instituciones como la democracia, el voto, las policías, los sistemas de justicia y hasta la ciencia han llegado a un punto de irreversibilidad tal, que las reformas legislativas o constitucionales no pueden resolverlo, pues el problema los trasciende.
En medio de todo ello, la capacidad de las organizaciones para prever y gerenciar sus riesgos será muy limitada si no asumimos que ahora el planeta vive dos procesos simultáneos y hasta cierta medida antagónicos, pero de inmensas consecuencias. Por un lado, la hiperconectividad y horizontalización de la información y el conocimiento que reta todo know how, y por otro, la fragmentación acelerada del poder y que se manifiesta en una polarización globalizada. Es decir, se trata de una marea planetaria que nos conecta a todos, y que al mismo tiempo nos arrastra en múltiples direcciones opuestas a manera de centrífuga de alta velocidad.
Diría que afortunadamente, así como estamos montados en esta tormenta, no estamos completamente a ciegas y sin salvavidas. Estos mismos procesos disruptivos han traído consigo herramientas de alta potencia, que bien utilizadas pueden contribuir, no sólo a mantenernos a flote, sino a tener éxito que nos separe cuánticamente de quienes no entiendan estas nuevas realidades. Voy a compartir un par de reflexiones en este sentido:
- El primer Poder es el de la Inteligencia artificial, que desde ya está en las manos y es accesible a todo aquel que decida utilizarlo. Desde algoritmos para video analítica, hasta modelos sofisticados de análisis de sentimientos en redes sociales son herramientas cada vez más precisas para ayudar a comprender la complejidad y hacer pronósticos sobre fenómenos emergentes y comportamientos sociales, incluyendo la posibilidad de identificación temprana de ciberamenazas, y la generación de mapas predictivos de riesgos.
- El otro gran Poder es la capacidad que tenemos de construir redes complejas altamente funcionales y de múltiples propósitos. El hecho de que con apenas unas pocas búsquedas en la web, tengamos acceso casi infinito a data, personas y eventos de toda naturaleza, nos otorga la posibilidad de transformar y ser transformados por fuerzas globales. La creación de redes de múltiples nodos e infinitas posibilidades de transferencia entre ellos habilita lo que Foucault llamaba arreglos móviles y organizaciones nómadas. Para tiempos líquidos, las redes son una respuesta natural y altamente eficiente de arreglarse para el logro de objetivos.
Es cierto que estas herramientas no sólo están en manos de quienes velamos por la seguridad y el orden, de hecho, hoy son igualmente explotadas por carteles y grupos criminales, la gran diferencia, sin embargo, debe fundarse en que la misión de la seguridad es construir espacios de certeza para el desarrollo de potencialidades de individuos y organizaciones, mientras que las fuerzas del crimen optan por utilizarlas para someter y vivir en la oscuridad de las zonas grises.
La seguridad, por tanto, está obligada a cambiar a formas móviles, pero de tal poder que sean capaces de transformar la incertidumbre en certezas y eso sólo es posible si partimos que la transformación comienza desde la propia mente del individuo.
@seguritips