En esta era de postpandemia el planeta ha entrado en una peligrosa dinámica, se trata de hacer cada vez más borrosas las fronteras entre lo legal y lo ilegal, lo correcto y lo incorrecto, y yo lo extendería hasta la desaparición progresiva entre el bien y mal. Esta disolución de los límites es hoy uno de los desafíos más grandes de la seguridad.
A este proceso se le conoce como formación de zonas grises y ocurre en todas las instancias de organización, desde países hasta pequeñas empresas, y el 2023 será un año en el que lo gris va a avanzar aceleradamente, pues las condiciones de entorno convergen para que ello ocurra.
La disolución de los límites que separan una cosa de la otra no es nada nuevo. La historia de la humanidad ha estado marcada por períodos en los que tales bordes se han fundido en el caos y esto ha sido aprovechado por actores del crimen para imponer sus modelos. En esta oportunidad; sin embargo, existen fuerzas que hacen de la formación de zonas grises un proceso más fuerte y acelerado porque ahora ha permeado a las sociedades y a grupos que impulsan la normalización de aquello que hasta hace poco no era normal.
Algunos creen que esta dinámica de las zonas grises es conducida por unas mentes maestras que mueven los hilos del poder. Sin embargo, no ocurre exactamente así. Estamos en un medio de una crisis de nuestros modelos de libertad, democracia y reglas de convivencia lo que está haciendo crujir a todo el sistema y aun no hemos sido capaces de construir algo alternativo que dé respuestas a la complejidad de nuestras sociedades. Lo que sí ocurre es que algunos con mucho poder se aprovechan de este “quiebre” en los códigos de valores para explotar las vulnerabilidades y sacar de ello inmensos beneficios, y los entornos grises son perfectos porque ocultan todo o lo hacen difuso. Es el espacio ideal para la denegación plausible de cualquier responsabilidad.
Pongamos el caso de la comercialización y consumo de determinadas drogas como la marihuana. Cada vez en más países y legislaciones se acepta y hasta se incentiva como un potencial nuevo mercado, además surgen curiosos atributos que incrementan el marketing del producto. Pero las tendencias van aun más allá, hemos escuchado a presidentes de naciones y altos funcionarios comenzar a normalizar la cocaína porque combatirla ha perdido todo sentido desde el punto de vista social y económico.
El problema es que el proceso de disolución de los límites, al trascender hacia la sociedad y sus organizaciones, pone en un compromiso serio el cumplimiento de normas y convierte a la seguridad en la última línea de defensa de un Deber ser que ya no es compartido como valor. Por ejemplo, cada vez con más frecuencia recibo información sobre el hurto interno de bienes en las empresas. Muchos colaboradores comienzan a ver con “normalidad” que la gente se lleve productos o insumos, sin recibir ningún tipo de sanción, ya que las leyes protegen a los empleados de manera incondicional por ser considerados los débiles jurídicos de la relación laboral.
Esto, que desde toda perspectiva es absurdo, y era visto como un problema puntual en dos o tres países de nuestra región, ahora se ha convertido en un fenómeno generalizado en América Latina y tiende a escalar sin control. Por no nos quedemos allí, veamos el delito de corrupción y dolo en los ámbitos públicos y privados; si bien, en el papel son delitos condenables, en la práctica se han normalizado, ya no sólo países con baja institucionalidad, sino en naciones desarrolladas. Este mismo año por ejemplo, en Corea del Sur, el vicepresidente del gigante de la electrónica Samsung, recibió un perdón presidencial por sus delitos de corrupción y fue reincorporado como presidente de la empresa para “salvarla” de una inmensa crisis financiera.
En este espíritu de lenidad frente al delito está surgiendo una tendencia extremadamente seria y que los analistas de seguridad y ciberseguridad ya la ven como indetenible. Se trata de la extracción de datos de las empresas para ser vendidos en un mercado cada vez más grande y ávido de información. Las bases de datos son las nuevas minas de oro en esta modernidad líquida en la que vivimos y el data trading es una actividad altamente lucrativa, pues es la materia prima con la que se alimentan los sistemas de inteligencia artificial.
Ya desde hace algún tiempo se viene anunciando que las brechas de seguridad de países y organizaciones no se han cerrado, sino que más bien se han cubierto de la nebulosa gris, lo que hace muy complicada la mitigación real de riesgos. Es por ello que el reto es inmenso y las posibles soluciones aun no parecieran emerger.
Por lo pronto, he sugerido que consideremos la formación de zonas grises como uno de los riesgos líquidos más relevantes del año que se nos avecina y preparémonos para hacer de la seguridad una fuente de certezas, que es el primer paso para recuperar la estabilidad necesaria para una vida más tranquila. Espero en 2023 poder ofrecer algunas claves precisas para tener éxito en este desafío.
@seguritips