A esta revolución ya no le queda nada

En las últimas semanas la violencia se adueñó del país. Ya no hablamos de la economía o el dólar, a pesar lo indetenible de la inflación. Seguimos padeciendo la escasez y la inseguridad más severa que jamás habíamos tenido, pero las dimensiones de la conflictividad lo eclipsan todo. El camino del que tanto nos hablaron aquellos que pronosticaban la explosión social como vía para salir del foso pareciera que ya lo estamos transitando, y lo más grave es que se presenta como la única y última opción para que ocurra el salto cada vez más ansiado.

En Venezuela estamos convencidos que ha llegado la hora definitiva; ante el totalitarismo vandálico y cruel que se impone a sangre y fuego, salen a las calles millones de personas con banderas tricolor y franelas blancas dispuestas a topar con los escudos de Guardia Nacional, represores indolentes de los ímpetus de cambio y barrera hasta ahora inquebrantable, de la voluntad nacional.

La realidad venezolana ha venido decantándose por el embudo de la violencia pues las puertas de la democracia nos las han cerrado en la cara. Es aun un problema muy asimétrico de acción y reacción. Mientras el régimen reprime con equipos, armas y tropas, la gente en la calle se defiende con lo que puede, porque con la violencia todo es relativo y rápidamente escalable. El soldado que hoy lanza lacrimógenas mañana va a disparar fusiles y el joven que en estas horas resiste con escudos de cartón piedra, en muy poco tiempo buscará los medios para igualarse a su adversario. Es una carrera sin control, amoral que tristemente termina matando o muriendo.

La tragedia es que en esta dinámica, y a pesar de la asimetría, no existen ganadores. La protesta pacífica que comenzó hace dos meses se ha transformado en un conflicto de grandes proporciones desplegado en todo el país y distribuido transversalmente en la sociedad. Desde los desposeídos hasta los acomodados están en la calle. ¿Se necesita acaso mayor demostración de unidad? Mientras tanto, el gobierno baila al son de una constituyente que nadie quiere por inútil y tramposa, taponando al mismo tiempo, algún intento efectivo para solucionar la crisis.

Ya no son necesarios los análisis situacionales con escenarios y probabilidades porque todo está definido; la gente en la calle ejerciendo resistencia y el régimen reprimiendo cada vez con más violencia. Es una dinámica de aguante, de puja y pulso sin victorias que puede variar sin perder su esencia y sostenerse sin definición. Sin embargo, es tal el nivel de inestabilidad y caos, que un mínimo movimiento puede ganar momentum y conducir a una salida. Una vez más en nuestra historia, la institución armada tiene cierto margen para producir una solución.

No me estoy refiriendo aquí a los clásicos golpes de estado tan populares en el Siglo XX, se trata de un movimiento mucho más simple, aunque de gran profundidad; exigir al régimen retomar el cauce institucional y constitucional evidentemente roto a partir de la negación del referéndum revocatorio en septiembre de 2016.

Pero, si es tan sencillo ¿Por qué no lo hacen? En primer término, debemos entender que la FAN no es una organización cohesionada, al contrario, esta tan compartimentada que no tiene capacidad integral de autoanálisis y menos de fijar posiciones de acuerdo frente a un tema como este. En segundo lugar, el sentido de la urgencia militar está desfasado de las necesidades ciudadanas. Por demasiado tiempo sus funciones han estado trastocadas y desenfocadas de sus objetivos reales, por ello, se han corrompido y sus sistemas de autorregulación, que son además los que estabilizan la vida republicana y democrática del país, han quedado inoperantes en la realidad que vivimos. No por casualidad la mayoría de las constituciones en el mundo (incluyendo la nuestra) declara el carácter apolítico de la Fuerza Armada.

Esta postración institucional conduce indefectiblemente a traspasar la responsabilidad de restitución de las garantías democráticas a individualidades de las altas jerarquías, quiénes en su propio balance más influenciado por sus intereses personales que por los de la nación, terminarán tomando la decisión y generando un efecto cascada en toda la organización.

Esto lo sabe el gobierno y por eso persigue paranoicamente a todo militar activo que de signos, así sean leves, de ideas propias o disidencia. Sin embargo, ya es muy tarde, la historia de esta revolución bolivariana llegó a su fin, ya nada la sostiene, solo les queda una banda de malandros motorizados y unos guardias nacionales que aún no se han enterado que sus jefes y generales hace rato hicieron sus maletas.

@seguritips

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

ocho + cinco =